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¡Arriesga tus talentos!

  • Cristian Peralta, SJ
  • 19 nov 2017
  • 3 Min. de lectura

Homilía Domingo 33º del Tiempo Ordinario – Ciclo A

Lecturas: Prov 31,10-13.19-20.30-31; Sal 127; 1 Tes 5,1-6; Mt 25, 14-30.

Hay tres convicciones profundamente cristianas. La primera, que todo don de Dios, para que crezca y de fruto, ha de entregarse. La segunda, la gratitud lleva a la entrega, sólo quien agradece los dones como regalos gratuitos de Dios, los pondrá al servicio de los demás. Y la tercera, que nuestra vida es un don de Dios, un regalo gratuito y, por tanto, solo ha crecer y dar fruto en la medida en que mi gratitud por ella me lleve a la entrega a través del servicio a los demás. Esto es contrario a lo que socialmente estamos acostumbrados a escuchar. Mientras en nuestra sociedad se cree que crecer es acumular mérito, poder y posesiones para asegurar el futuro, para nosotros los cristianos, crecer es darlo todo, es jugarnos la vida por Aquél que nos la entregó gratuitamente. Es lo paradójico de los dones de Dios, si se guardan se marchitan, se atrofian y mueren, mientras que si se entregan se multiplican y dan vida verdadera. La vida cristiana no puede ser una burbuja de cristal en la que protejo mis talentos para que no se maltraten ni se contaminen o donde lo más importante es mi propio provecho. La vida cristiana supone riesgo, salida al encuentro, entrega generosa, servicio.

Jesús cuenta la parábola de los talentos a sus discípulos, a aquellos que han decidido seguirle. En todo grupo hay diversidad de capacidades, hay personas que tienen habilidades para una cosa y otros las tienen para otras. Hay personas que son habilidosas en varias cosas, y otros que son muy buenas en una sola. En la parábola Jesús lo dice claramente, a cada uno se le reparten los talentos según su capacidad. A nadie se le imponen cargas que no pueda llevar ni exigencias que no puede cumplir. Si se le confía un talento a alguien es porque se puede hacer cargo de él y dar frutos. Ahora bien, es responsabilidad nuestra multiplicarlo a través de la entrega.


Nadie es bueno en todo ni lo sabe todo. Necesitamos de los demás. Quien por tener un talento cree que lo puede todo o se cree más que los demás, renuncia a la fraternidad que nos complementa y nos permite crecer como comunidad. Los talentos confiados a cada uno o se ponen al servicio de los demás o sencillamente los perdemos. Pero muchas veces, al no acoger nuestros talentos como dones de Dios, vivimos anhelando los talentos de otros, dejándonos paralizar por la envidia, dejando de apreciar y de aprovechar los talentos que Dios nos ha regalado. Entonces, comenzamos a vivir del anhelo, repitiendo en nuestro interior “es que, si tuviera la habilidad de Fulano o el talento de Fulana, entonces si pudiera ser feliz”. Otras tantas despreciamos a tal grado el talento que tenemos que nos da miedo mostrarlo e incluso hacer saber que lo tenemos, con una falsa modestia que nos hace renunciar a agradecer el talento, y por supuesto, sin agradecimiento no hay servicio.


No hay talento tan pequeño que no valga la pena entregarlo, ni talento tan extraordinario que sea arriesgado ponerlo al servicio a los demás. Si eres bueno en matemáticas, siempre habrá compañeros y niños que necesitaran de ti; si eres bueno bailando, siempre habrá un grupo de adolescentes en situación de vulnerabilidad a los que el Reino de Dios les puede llegar al ritmo de tus pasos; si eres bueno escuchando siempre habrá a nuestro alrededor personas que necesitarán ser escuchadas; si lo eres aconsejando entonces no te tragues tus consejos cuando sepas que son oportunos. En fin, dispón tus talentos al servicio de los demás, arriésgate a entregarlos, y verás que la vida adquiere un sabor a Reino de Dios que dará sentido a tu existencia y abrirá a muchos otros el camino a la vida verdadera que es Jesús.

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