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Herido y resucitado

  • Cristian Peralta, SJ
  • 7 abr 2018
  • 3 Min. de lectura

Homilía 2do Domingo de Pascua – Ciclo B

Lecturas: Hch 4, 32-35; Sal 117; 1 Jn 5, 1-6; Jn 20, 19-31.

La escena que nos narra el evangelio de hoy tiene una gran carga simbólica. Los discípulos se encuentran encerrados por miedo a correr con la misma suerte que Jesús. Han abandonado a su maestro y ahora desean resguardarse del peligro. Es por ello que las palabras de Jesús no solo son sorprendentes sino reconfortantes: “Paz a vosotros”. Los discípulos podían entender muchas cosas en estas palabras, algunos comprenderían: “tranquilos, la muerte no ha vencido”; o “no se dejen vencer por el miedo”; quizás “que el dolor y las heridas no les paralicen”; otros habrán entendido, “no les recrimino nada”. Imaginen lo experimentado por estos discípulos que entre el silencio del dolor, la angustia por el miedo y la vergüenza por la traición se encuentran sumidos en la oscuridad del sinsentido. Ver a su maestro que aparece en medio de ellos, con gesto tierno y entregándoles el Espíritu Santo, sumándolos nuevamente a su misión, ha de ser una alegría enorme. Siempre he considerado que este primer gesto de Jesús es una confirmación de que el discipulado no es signo de perfección sino don de Dios, confianza depositada por Él en la humanidad y dependencia del Espíritu Santo, es decir, ser discípulo es ser elegido gratuitamente por Jesús para una misión que no es nuestra. Ninguno de los discípulos se merecía nuevamente la confianza, habían huido precisamente cuando su maestro más les necesitaba, sin embargo, el amor infinito de Dios, ese que resucitó a Jesús, les confía nuevamente el anuncio de su Palabra, pues a través de ellos renueva su apuesta por la humanidad entera.


Entonces llega Tomás, que no estuvo presente al momento de la aparición de Jesús. Tomás es el símbolo de nuestra fe, no hemos estado presentes en la aparición de Jesús. ¿Cuántas veces, sumidos por el dolor y el sinsentido de la vida, nos dejamos envolver por la incredulidad ante la Buena Noticia que se nos anuncia constantemente? No es difícil dudar, no es difícil quedar paralizado por la desesperanza. Queremos señales, signos de que hay vida más allá del dolor y la muerte. Tomás solo creerá si toca las heridas de Jesús. Y esto es propio de todo proceso de fe, sólo si somos capaces de tocar las heridas propias, las de este mundo, las de mi prójimo, que son las mismas heridas de Jesús, entonces nuestra fe se hará auténtica. Por eso Jesús resucitado, como prueba de que es Él, muestra sus heridas, y lo hace nuevamente con Tomás. Considero este detalle de Jesús verdaderamente importante para nuestra fe. Jesús no se olvida del dolor, no niega su paso por la cruz, no pretende apartar el recuerdo de la muerte, sino que sus heridas son prueba de su identidad, son prueba de que aquel que fue colgado del madero es el mismo que el Padre resucitó de entre los muertos. Muchas veces nosotros tememos acercarnos a Jesús porque estamos heridos, porque nos avergüenzas nuestras cicatrices, esas que marcan las faltas, los pecados, los tropiezos de la vida, sin embargo, el testimonio de la fuerza de Dios que actúa en nosotros pasa por mostrar las heridas pues son signo de que hemos sido rescatados por Jesús de eso que en otro momento solo podía ser signo de muerte o vergüenza. En definitiva, la prueba de que Jesús actúa en nuestras vidas no tiene que ver con mostrarnos perfectos, puros o por ser inmaculados, sino que pasa por reconocer que nos hemos herido nosotros mismos o que hemos sido heridos por otros, pero que aún apostamos por el amor, por la paz y por el servicio. ¿Cuántas personas conocemos, habiendo sido heridas, nos muestran la paz y el amor que vienen de Dios? Eso, es signo de la resurrección.


Pidamos al Señor la gracia de poder reconocer los signos de la resurrección en medio de las heridas de este mundo y podamos dar testimonio de que su fuerza vence la muerte porque aún podemos gestar el amor en medio de este mundo herido.

 
 
 

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