top of page

BÚSQUEDA POR TAGS: 

POSTS RECIENTES: 

SÍGUEME:

  • Facebook - Grey Circle

Dios lo perdona TODO.

  • Cristian Peralta, SJ
  • 10 jun 2018
  • 3 Min. de lectura

Homilía para el 10º domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B

Lecturas: Gn 3, 9-15; Sal 129; 2 Cor 4, 13 – 5,1; Mc 3, 20-35

Hoy quiero destacar al menos dos de las convicciones que están a la base de nuestra comprensión de la misericordia de Dios: la primera, que Dios está por encima de cualquier pecado y, por tanto, no hay pecado que pueda menguar la capacidad de perdonar que tiene Dios; la segunda convicción es que tanto para pecar como para ser perdonados debemos ejercer nuestra libertad. La primera convicción parece una obviedad, pero la verdad es que muchas veces nos paralizamos ante el reconocimiento de nuestro pecado por pensar que Dios, al acercarnos a Él, nos podría rechazar o no podría perdonarnos ante la gravedad de nuestra falta. Muchas veces vamos al confesionario con esta actitud interior. De este modo, se apodera de nosotros el temor de que ni siquiera Dios nos podría perdonar una falta que nos carcome de culpa. Por eso, a pesar de la eficacia del sacramento de la reconciliación, muchas veces no experimentamos el perdón, no porque Dios no lo haya concedido sino porque nosotros, además de la culpa, debemos experimentar la confianza de que frente al arrepentimiento Dios siempre perdona.


Esta es la advertencia que hace Jesús en el evangelio: "Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre". Fíjense bien en el discurso de Jesús: enfatiza que todo pecado o blasfemia que digan les será perdonada. Repito, todo. Pero esto tiene sus condiciones, ¿cómo podrá perdonar Dios a los hombres si estos ante su pecado no están convencidos de que Dios puede vencer el mal que habita en ellos? Quien sale a una batalla convencido de que va a perder no hará el mínimo esfuerzo por pelear, simplemente sucumbirá ante el enemigo ante el primer golpe. No es que Dios no pueda perdonar la blasfemia contra el Espíritu Santo, es que nuestra falta de confianza en ese mismo Espíritu impide que actúe en nosotros. Es nuestra falta de fe la que impide el perdón, no una incapacidad de Dios para perdonar. Por ello, así como pecar es la consecuencia de un acto libre y consciente de elección del mal, para recibir el perdón debo libre y conscientemente elegir confiar en que sólo a través de la gracia divina puedo reconstruir mi vida y sanar mis heridas. El único freno para que Dios actúe misericordiosamente en nosotros es nuestra propia desconfianza en su misericordia. La blasfemia es la desconfianza en la capacidad de Dios de darnos vida verdadera. Debemos ir al sacramento de la reconciliación conscientes de que no hay pecado tan grave que no pueda ser perdonado, ni vida tan rota que no pueda ser reconstruida por la gracia de Dios. Si vamos así estamos eligiendo libremente la vida verdadera y poco a poco, nuestras elecciones cotidianas irán adquiriendo el modo de Jesús. No hay que temer volver confiados al sacramento de la reconciliación, porque como dice San Pablo, "todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios". De modo que nuestra vida, gracia tras gracia, reconciliación tras reconciliación, vaya adquiriendo el modo de ser de Jesús.


El problema de Adán y Eva es que prefieren justificarse y culpar a otros. Adán que no fue él que fue la mujer que le dio de comer; la mujer que no fue ella que fue la serpiente; la serpiente ,que antes era más elocuente, ahora calla y no reconoce. No es que Dios no pueda perdonarlos, es que no confían en que el creador de todas las cosas pueda perdonarles, se relacionan con Él desde el miedo y no desde lo que Él les ha mostrado, su amor generoso. Cuando perdemos el horizonte del amor de Dios es que comenzamos a sucumbir bajo el dominio del pecado y las justificaciones se hacen evidentes: "es que si volveré a pecar para qué me confesaré"; "¡es que soy un pecador tan grande!"; "es que me da vergüenza". Y con ello vamos renunciando a la oferta que nos recuerda Jesús en el evangelio: la familiaridad con Él. Es que cuando renunciamos a la reconciliación entonces renunciamos a vivir según su voluntad que nos transforma en hermanos, hermanas y madre de Jesús.


Vayamos confiados a la reconciliación, dejémonos arropar por la misericordia de un Dios capaz de amarnos hasta el extremo y cultivemos así nuestra familiaridad con Jesús.

 
 
 

Comments


© 2017 por Reflexiones de Domingo. Creado con Wix.com

  • b-facebook
bottom of page