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Necesaria separación.

  • Cristian Peralta, SJ
  • 13 may 2018
  • 3 Min. de lectura

Homilía Domingo de la Ascensión del Señor – Ciclo B

Lecturas: Hch 1, 1-11; Sal 46; Ef 1, 17-23; Mc 16, 15-20

Hay una pregunta que nos asalta con cierta frecuencia en nuestras vidas, en especial cuando nos ponemos delante de un desafío novedoso: ¿soy capaz de lograrlo? Es que muchas veces nos encontramos con retos que ponen a prueba nuestras capacidades y que nos hacen replantear nuestras metas y deseos. Hay ocasiones en que esto es un aliciente para lanzarnos a la búsqueda de los medios para conquistar ese desafío. Otras tantas nos quedamos adormecidos por el anhelo de lo que consideramos inalcanzable para nosotros y miramos con frustración como las oportunidades se desvanecen frente a nuestros ojos por no lanzarnos. La inseguridad y la confianza juegan un papel fundamental en la configuración de nuestra personalidad. Todos pasamos por la inseguridad de andar en bicicleta, pero la insistencia en que confiáramos de aquel que nos empujaba fue la que venció nuestra falta de equilibrio para lograr que pudiéramos experimentar la libertad de andar por nosotros mismos. Pero si examinamos nuestras experiencias de crecimiento y de maduración, la gran mayoría tienen un componente de separación. Separarnos es importante para poder tener espacio para crecer y desplegar todas nuestras capacidades. Ahora bien, no toda separación vale, sino aquella que es fruto de la confianza y de las hondas convicciones que nos hacen descubrir las capacidades para la bondad que todos llevamos grabadas en nuestro corazón.


En la fiesta que celebramos hoy, la ascensión del Señor, recordamos ese momento de separación de Jesús de sus discípulos. Los discípulos luego de experimentar la angustia y el miedo por la muerte de Jesús se reencuentran con Él resucitado. Su alegría es inmensa, disfrutan de su presencia pues les da paz y seguridad. Quisieran quedarse alrededor de Jesús, caminar con Él, dejar que les consuele y les permita vivir desde la seguridad de saber que alguien les protege. Pero eso sería vivir enajenados de la realidad. Jesús no vino a este mundo para tener un grupo de amigos con los cuales sentir el calor de la seguridad y de la paz interior. Jesús no llamó a sus discípulos para que estos se alejaran del mundo y se convirtieran en seres pasivos y sin compromiso con los demás sino para que, descubriendo de lo que eran capaces como imagen y semejanza de Dios, pudieran colaborar con el anuncio del Reino que Dios desea para la humanidad. En ese sentido la fe cristiana no es intimista sino misionera; no es la del aislamiento y la de la seguridad sino la de la fraternidad y el riesgo. Jesús se había separado del Padre para encarnarse en nuestra realidad humana y así mostrarnos la capacidad que cada uno posee por ser imagen y semejanza de Dios, pues hoy recordamos otra apuesta fundamental de Jesús que es que cada uno de nosotros tenemos la capacidad de mostrar al mundo la bondad de la humanidad, de ser reflejo del amor de Dios en medio del mundo. Más aún, la humanidad divinizada que asciende con Jesús a la derecha del Padre es un adelanto de lo que nosotros podemos alcanzar, de nuestra mayor plenitud, si vivimos desde el amor, desde la solidaridad, desde la entrega de la propia vida para que en este mundo haya vida en abundancia.


Hoy lo que celebramos son las capacidades humanas para reflejar a Dios. Celebramos nuestra capacidad de ser personas de bien y de asumir nuestra responsabilidad misionera para que este mundo sea cada día más semejante a la humanidad que Jesús nos mostró. La fe en la ascensión nos invita a vivir una fe encarnada y misionera, sabiendo que la nueva forma de presencia de Jesús es una invitación a tomar las riendas de nuestra vida guiados por la experiencia de amor que Él nos entregó y que saca lo mejor nuestro. La invitación de hoy es a confiar en nuestra capacidad de anunciar la Buena Nueva al mundo, a confiar en que Jesús nos acompaña desde la libertad y nos da las fuerzas para vencer el mal a base de gestos concretos de bondad. Seamos fieles a aquello sembrado por Jesús en nuestro corazón y sepamos descubrirlo en los que nos rodean, de modo que crezcamos en la verdadera libertad que es la que nace de reconocernos amados por un Dios que confía en nosotros y nos lanza a vivir según su promesa.


Que podamos experimentar la gracia de la cercanía y la confianza depositada por Jesús y que ello nos aliente a vivir nuestra fe desde la misión evangelizadora que Jesús nos entregó.

 
 
 

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