Depender también salva.
- Cristian Peralta, SJ
- 28 abr 2018
- 3 Min. de lectura
Homilía 5to. Domingo de Pascua – Ciclo B
Lecturas: Hch 9, 26-31; Sal 21; 1 Jn 3, 18-24; Jn 15, 1-8
Hay refranes que van haciendo nido en nuestro interior y quedan como sabiduría encarnada en nuestras vidas. Dos de ellos me vienen a la memoria al escuchar las lecturas: “dime con quién andas y te diré quien eres” o “quien camina con cojos al año cojea”. Son frases que nos invitan a examinar nuestras relaciones porque ellas ejercen una influencia silenciosa pero firme en la configuración de nuestras vidas. Estas, y otras tantas más que todos conocemos, son frases típicas de los padres cuando ven que nuestras amistades pueden influir negativamente en nosotros. Y es que, nuestra humanidad está profundamente marcada por nuestro ser relacional y es a partir de nuestras relaciones que vamos forjando nuestra identidad particular y nuestra manera de mirar el mundo. Hay amistades que nos potencian, que apuestan por nosotros, que nos hacen sacar lo mejor de nuestro interior y ponerlo al servicio de los demás. Hay otras amistades que sacan lo peor nuestro, que nos hacen renunciar a nuestros valores y creencias como condición de acogida y cercanía. En una sociedad en que las soledades nos asaltan, en que las exclusiones son demasiadas cercanas para no temerles, es muy importante reconocer qué nutre nuestra existencia, qué relaciones nos configuran y cuáles son las que nos hacen dar frutos de vida verdadera en medio del mundo.

Jesús, en el evangelio que acabamos de escuchar, utiliza una imagen preciosa para evidenciar el modo de relación que sueña con nosotros. Él se coloca como la vid y a nosotros como los sarmientos. El sarmiento es esa rama pequeña y frágil que brota de la vid, como vida que se renueva y se extiende alrededor, para que la vid pueda darse abundantemente a través de sus frutos. Es una relación particular, así como el sarmiento no puede tener vida sin estar unido a la vid, la vid sólo puede dar fruto a través de los sarmientos. Se unen y se nutren mutuamente a través de la savia que circula entre ambos como fuente de vida y posibilidad de entrega. Es una imagen, la que utiliza Jesús, que trae consigo la necesaria inseparabilidad e interdependencia entre Él y sus discípulos para que la vida verdadera florezca en el mundo. No es simplemente que Jesús necesite que le ayudemos a hacer realidad su Reino en el mundo, es que su amor circula cual savia, discreta y constante, en nuestro interior, esperando nuestra decisión de dejarnos invadir por ella, para que nuestra vida florezca y dé frutos que renueven al mundo desde aquello que a nosotros nos nutre, que nos hace sacar lo mejor nuestro, que hace florecer la justicia, la paz, la concordia, en fin, que nos hace más humanos desde el amor. La invitación de Jesús es a reconocer que la relación con Él puede ser verdadero espacio de crecimiento de aquello que todos tenemos, la bondad; y de poda, de aquellas ramas que nos distraen y pueden hacer que nuestros frutos sean mediocres o inexistentes.
La invitación del evangelio es a permanecer en esa amistad con Jesús, que no es una relación excluyente ni autorreferente, que nos hace reconocernos y apreciarnos tal cual somos, que potencia nuestro ser relacional desde ese deseo de que los demás también puedan dar fruto abundante, pues en toda persona late la bondad y el amor de un Dios que nunca deja de apostar por cada ser humano. En ese sentido se comprende que quien se separa de Jesús se seca y no puede hacer nada, porque es Jesús quien condensa en sí esa amistad que es pura apuesta, deseo de crecimiento, consejo para la poda e impulso para que los frutos se ofrezcan a los demás. ¿Cuántas veces no caemos en la crítica, en la lapidación inmisericorde de los demás, con tal de encajar en el grupo que nos rodea? ¿Cuántas veces no caemos en el desprecio de las bondades que nos ofrecen los demás simplemente porque nos dejamos llevar por los prejuicios? En la primera lectura, Pablo les resulta poco confiable a los discípulos porque antes era perseguidor, pero Bernabé apuesta por él y por eso Pablo se puede convertir en apóstol. En la segunda lectura se nos coloca la clave, es que la fe en Jesús nos impulsa al amor mutuo. Los frutos del encuentro con Jesús se cosechan en el modo en que nos relacionamos con los demás. Marquemos la pauta en nuestras relaciones al ser personas que potenciemos la bondad y el amor que habita en cada ser humano. Que el Señor nos conceda la gracia de hacernos conscientes de que necesitamos unirnos a Él para poder dar lo mejor nuestro, y que Él nos necesita para que los frutos de su gracia, a través de nuestros gestos de bondad, puedan alimentar a este mundo.
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