Dios estuvo, está y estará.
- Cristian Peralta, SJ
- 26 may 2018
- 3 Min. de lectura
Homilía Solemnidad Santísima Trinidad – Ciclo B
Lecturas: Dt 4, 32-34.39-40; Sal 32; Rom 8, 14-17; Mt 28, 16-20
Hay personas cuya característica más hermosa es el estar. Son esas personas que saben colocar una mano en el hombro en los momentos tristes, alegrarse con nuestras alegrías, escuchar atenta y silenciosamente, y cuya presencia nos hace mostrarnos de forma autentica. Todos podemos traer a la memoria personas así, y quizás muchos de nosotros somos esa persona para alguien más. Su solo recuerdo nos reconforta pues sabemos que no estamos solos y que, a pesar de la distancia, están ahí. Este tipo de personas están revestidas de un cierto halo de misterio. Cuando nos hacemos conscientes de que está presente nos resulta sorprendente su capacidad de estar, a veces discreta y cotidianamente, otras tantas haciéndose notar, y nos preguntamos cómo puede hacerlo, cómo es que saca el tiempo para dedicarlo a mí en particular, entonces es que podemos intuir en qué consiste el amor. Hoy como Iglesia celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, ese modo de ser de Dios que se nos revela por su modo de estar presente en nuestras vidas y en el mundo.

En la primera lectura Dios se nos revela como Padre amoroso que es fiel y misericordioso con sus hijos, que les desea lo mejor y los libera de la esclavitud. El autor del texto nos invita a mirar nuestra historia, a examinar nuestro pasado, a ver cómo es que hemos caminado en la vida con alguien que constantemente apuesta por nosotros, nos invita a la libertad verdadera, que ha celebrado con nosotros los tiempos de paz pero que tampoco nos ha abandonado en nuestras batallas particulares. No es un dios cualquiera, es el Dios que nos desea plenamente felices, y por ello nos propone un estilo de vida acorde con su fidelidad y amor por nosotros. Pensemos en esos momentos en que hemos experimentado en nuestro interior que el desánimo no podrá vencernos, que podemos liberarnos de aquello que es esclavitud para nuestras vidas -ya sean actitudes, complejos o pecados- y cómo la fuerza para ello sale de esa certeza interior que brota de sabernos amados y acogidos, eso que experimentamos es Dios mismo que nos anima desde dentro.
Pero Dios también se nos ha manifestado a través de su Hijo Jesús, aquel que asumió nuestra condición humana, una vez y para siempre, para mostrarnos de lo que es capaz nuestra humanidad si se deja abrazar por su gracia. Cada vez que podemos brindar misericordia y comprensión a otros a pesar de los errores y las ofensas; cuando logramos apostar por la bondad más honda de cada ser humano y con ello nos disponemos a brindar la posibilidad de transformación para bien de aquel que ha cometido errores, entonces es que nuestra fe en Jesús está haciéndose más radical, pues su presencia hoy tiene rostro concreto en aquellos descartados, aquellos por los que nadie apuesta, aquellos a los que les negamos una oportunidad de vida mejor. Cuando apostamos por la fraternidad y no por la división, o cuando creemos en la libertad que nace del amor y vivimos desde ella, entonces es que nuestra fe en Jesús está viva. ¿Cómo anda mi apuesta por la humanidad?
Sabemos que Dios es Espíritu Santo pues en nuestro interior habita esa certeza de que la vida desde el amor tiene sentido y somos capaces de amar; también lo descubrimos porque nuestro corazón arde cuando miramos con esperanza nuestro futuro y el de los demás, porque sabemos que cuando compartimos la fe se abren nuevas vías para la plenitud. ¿Cómo está tu disponibilidad para amar y servir? Dios siempre ha estado, está y estará. Pidamos la gracia de descubrirlo allí y como Él se quiera mostrar.
Comments