Cristo... ¿Rey?
- Cristian Peralta, SJ
- 26 nov 2017
- 3 Min. de lectura
Homilía Domingo 34 del TO – Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.
Lecturas: Ez 34,11-12.15-17; Sal 22,1-2a.2b-3.5.6; 1 Cor 15,20-26.28; Mt 25,31-46.
Es la primera vez que vivo en un país en el que aún existe la monarquía (España), por eso quise buscar alguna información acerca de lo que significa ser parte de la realeza para comprender la razón de dar a Cristo el título de rey. Busqué en internet, muchas noticias daban cuenta de grandes gestos históricos de los reyes, de la exquisita formación académica recibida, y otras muchas hablaban de la pomposidad, los envidiables gustos de los reyes, y su descendencia, en áreas como la moda, el arte y los lugares para vacacionar. No se puede negar, había obras de caridad, pero quedaban como datos secundarios frente a tantos “actos oficiales” con dignatarios y personalidades importantes a los que debían asistir. Me sorprendí con algunas curiosidades, por ejemplo, cómo las personas que aparecen en la foto familiar oficial de cada año son aquellas que no vayan a dañar la reputación de los reyes. Para ser honesto, mi investigación no me ayudó a comprender la realeza de Jesús de Nazaret. ¿Cómo podemos celebrar a Jesús colocándole un título que no corresponde con su modo de proceder? Recordemos que Jesús no tiene donde reclinar la cabeza, nace en un pesebre, toca a enfermos, se rodea de pecadores, lava los pies a sus discípulos, no vino a ser servido… ¡muere en la cruz!

La solemnidad de Cristo Rey solo puede entenderse desde lo que dijo Jesús a Pilato: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,36). San Pablo, en la segunda lectura, nos da la clave cuando dice que Dios Padre volverá a reinar, “una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza”. Los reinos de este mundo se han forjado a través de una intrincada jerarquía de títulos, con un marcado acento en el poder político y en la fuerza. El reinado de Cristo es totalmente lo contrario. Cristo reina allí donde todos somos tratados con igual dignidad, donde no hay príncipes sino hermanos; reina allí donde hay alguien que reconozca que la humildad, la generosidad, la interdependencia, la entrega, el servicio y la fraternidad (y otras tantas maneras de vivir el amor) son las que nos dan la vida verdadera. Cristo reina cuando abrazamos al débil para sostenerlo desde la esperanza, cuando acogemos al frágil para invitarlo a confiar en la fuerza que viene de saberse amado por Dios Padre.
El modo de reinar de Cristo no es excluyente, por eso dice la primera lectura: “Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas: a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido”. Siempre me he imaginado que la foto oficial de la familia “real” de Jesús tendría que ser tomada por grupos porque nadie quedaría excluido. A Jesús le pasa distinto a los reyes de este mundo, Él desea que los pecadores, los enfermos, los excluidos… salgan en la foto, porque sabe que no le hacen daño a su reputación, al contrario, Él mismo dice que ellos serán los primeros que entrarán en su reino.
Ahora bien, el reinado de Cristo no es una cosa sólo del fin de los tiempos. El reinado de Cristo se va gestando ahora en nuestra historia y va creciendo en la medida en que nuestros gestos de bondad van guiando nuestras vidas. Cada gesto de compasión, servicio y amor construye el reino de Dios porque recuerden: "Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis." Que hermoso sería que al final de nuestros días podamos decir como nos expresa Don Pedro Casaldáliga: Al final del camino me dirán: -¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada abriré el corazón lleno de nombres. Y podemos agregar, lleno de nombres de esos que no aparecen en las noticias, que no nos dan prestigio, de esos que Eduardo Galeano llamó “los nadie” pero que son Cristo mismo que nos viene al encuentro en el débil, en el pobre, en el excluido, en el sufriente, en el que sólo nos puede brindar una oportunidad para amar. Dejemos que Cristo reine en nosotros y así la bondad gota a gota, gesto a gesto, vaya inundando este mundo de su reino.
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