Adviento: Alegría verdadera
- Cristian Peralta, SJ
- 17 dic 2017
- 3 Min. de lectura
Homilía 3er. Domingo de Adviento – Ciclo B – 17 de dic. de 17
Lecturas: Is 61,1-2ª-10-11; Sal Lc 1 46-48; 1 Tes 5,16-24; Jn 1,6-8.19-28.
El jesuita colombiano Antonio Calle escribió un texto realmente hermoso en el que, refiriéndose a la vocación cristiana, dice: Yo no tengo más oficio que remendar corazones. Cerrar la sangrienta herida que está manando dolor, aunque la mía, entre tanto, mientras curo las ajenas, se vaya abriendo a jirones como el botón de la flor. La fe cristiana supone la entrega alegre y generosa de la propia vida para que en este mundo haya vida en abundancia. Nuestra vida como cristianos nunca es pasividad o quietud; es disponibilidad, movimiento, donación de sí… es dar testimonio de una existencia llena de sentido, es jugarse la vida con tal de que este mundo sea más justo y humano. Es decir, nuestra vida cristiana ha de ser signo de la Buena Noticia de Jesús allí donde nos encontremos. Es lo que nos anuncia el profeta Isaías en la primera lectura, seguir a Dios es ir allí donde están los que sufren y vendarles los corazones con la justicia que viene de Dios. No es un huir de los desafíos de este mundo sino saberlos abrazar con los criterios de Jesús para que así puedan transformarse en espacios de vida y esperanza.

Este tercer domingo de adviento es llamado “de la alegría”, por eso tanto Isaías como san Pablo hablan de la alegría en las lecturas. El Papa Francisco nos ha invitado constantemente a vivir la alegría del evangelio, desafiandonos así a vivir desde la felicidad del seguimiento de Jesús. Pero la alegría cristiana no es ni euforia ni algarabía, es algo aún más profundo que nos mueve el interior. La alegría cristiana nace de sabernos amados profundamente por un Padre bueno que siempre nos acoge con misericordia. Nuestra alegría es darnos por completo al servicio de Aquel que se ha hecho uno de nosotros para mostrarnos que cada ser humano es capaz de vivir según la Voluntad de Dios. Nuestra alegría es caminar con la convicción profunda de que hemos sido convocados por Dios para luchar por la justicia y construir la paz. Es decir, la alegría cristiana es don y compromiso, es decir, la recibimos de Dios cuando abrimos nuestro corazón a su presencia y eso nos conforta, pero la relación con Dios nunca es mera satisfacción intimista; si la alegría viene de Dios también nos compromete e inquieta, nos mueve a la acción y nos hace sentirnos responsables de que cada persona en este mundo conozca a Jesús. Aquella persona que experimenta la alegría que viene de Dios transforma su vida para que sus gestos y palabras comuniquen a Jesús.
María es paradigma de lo que significa la alegría cristiana. El salmo que repetimos hoy es el cántico de María en la visita de su prima Isabel. María al recibir la noticia de que sería la Madre de Dios se pone en camino. María ni se acomoda ni se engríe por haber sido escogida por Dios para una misión sumamente particular, ella sale al servicio de su prima, se pone en marcha llena de alegría a darse a aquella persona que le necesita. Es la mejor forma de discernir si una alegría viene de Dios o es mera distracción de lo importante. ¿Mi alegría me mueve a la entrega generosa o me acomoda? ¿Mi alegría es fuente de mayor fidelidad a la Voluntad de Dios o es mera satisfacción de mis necesidades más básicas? Es decir, no nos conformemos con cualquier alegría porque no da lo mismo. Las alegrías verdaderas no son pasajeras ni desencarnadas de la realidad, son aquellas que nos hacen ser más auténticamente nosotros mismos, las que nos dan esa satisfacción profunda al hacer lo correcto, las que nos hacen mirar a los más desfavorecidos como hermanos con los que me he de comprometer, son las que nos hacen denunciar las injusticias de este mundo, son las que nos hacen vivir de tal manera que demos testimonio del Dios vivo y verdadero que da sentido a nuestra existencia. Que el Señor nos conceda la gracia de que nuestra alegría venga de Él, de tal manera que nos comprometemos a ayudarle a remendar los corazones heridos de este mundo.
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