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Familia: acogida, relato y testimonio.

  • Cristian Peralta, SJ
  • 30 dic 2017
  • 4 Min. de lectura

Homilía Fiesta de la Sagrada Familia – Ciclo B – 31 de dic. de 17

Lecturas: Eclo 3, 2-6.12-14; Sal 127; Col 3, 12-21; Lc, 2, 22-40

Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. El Hijo de Dios se deja acoger por una familia que le guiará en su crecimiento y en el descubrimiento de lo que significa ser humano. Es esta familia humilde de Nazaret que le contará la historia de su pueblo, lo acogerá como don de Dios y le dará testimonio de lo que significa vivir según la voluntad del Padre. Así, la fiesta que celebramos hoy nos recuerda que la familia es: relato, acogida y testimonio.


Todos estamos marcados por un relato familiar. Por esas historias que se repiten en cada encuentro y que nos van dando identidad y unidad. Toda familia tiene historias tristes y alegres, tiene historias de superación y fracaso, de perdón y fiesta. A través de ellas se van transmitiendo valores y normas que van marcando nuestro interior y configurándonos para toda la vida. Es a través de estos relatos que se van ahondando los lazos de cariño y de confianza, es donde se ciñe la unidad de la familia. Una familia sin relato, que procura no recordar a ciertas personas porque fracasaron o porque no son consideradas dignas, termina transmitiendo a una historia poco humana y sin lecciones necesarias. La familia es ese espacio donde se entretejen las historias para convertirse en un gran relato donde se asienta la vida de cada uno de sus miembros. Por eso la insistencia de los textos bíblicos de honrar a nuestros padres a pesar de sus errores y pecados, es que no hacerlo, es renunciar al relato que nos configura, ese que nos hace descubrir quiénes somos. En una cultura de la que se dice que ha renunciado a los grandes relatos, una apuesta por la familia significa escucharnos en nuestras historias de aciertos y desaciertos, invertir tiempo en conocer nuestras raíces, aunque ello suponga encontrarnos con el dolor y tener humildemente que pedir perdón. El punto no es si mi familia es perfecta o no, sino si ha sabido amar y perdonar, o está dispuesta a hacerlo. ¿Puedo ser yo puente de amor y perdón para mi familia?


La familia es lugar de acogida. Nadie escoge a su familia, sino que le es dada. Muchas veces hemos llegado a ella de improviso, sin que estuviera planificado, pero llegamos y transformamos vínculos y agendas. Luego vamos creciendo y nos vamos configurando como personas con gustos y deseos particulares y, sin embargo, la familia sigue ahí, luchando y protegiendo lo que considera mejor para nosotros. Es cierto que muchas veces esta acogida no se da sin tensiones y rupturas, pero tarde o temprano hay acogida si se saben explicar razones y reconocer errores. La familia es ese espacio donde sé que puedo volver con la esperanza de rehacer aquello que he roto y de ser comprendido en mis debilidades. No es tarea fácil, supone que cada miembro ha de revestirse con ese uniforme que habla san Pablo en la segunda lectura: uniforme de misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura y comprensión. Es una gracia de Dios que ha de ser pedida con insistencia. ¿Soy yo espacio de acogida amorosa y esperanzadora para los miembros de mi familia, en especial aquellos que son más débiles o que hayan cometido errores?


La familia es el lugar donde se aprende aquello que ni las mejores universidades del mundo podrán enseñar. El “don de gentes” no se enseña en las escuelas de etiqueta y protocolo; el respeto a la dignidad de todos ser humano, la tolerancia, la honradez, el apego a la verdad, la justicia, la fe… Nada de esto se puede enseñar a través de contenidos teóricos, sino que sólo se puede transmitir a través del testimonio cotidiano. No hay programa pedagógico tan innovador que pueda sustituir al testimonio familiar como transmisor de valores. El respeto y el trato delicado a la mujer se aprende viendo cómo papá trata a mamá. A decir la verdad se aprende cuando escucho que mamá no da excusas falsas a los demás cuando le preguntan algo. A respetar y venerar a los mayores se aprende al ver como la familia cuida y trata a los abuelos. Aprendo a poner a Dios en el centro de mi vida cuando veo que como familia nos encomendamos a Dios y cuando en las fiestas importantes Dios también está presente. A ser solidario se aprende al ver que hay un plato en la mesa para el que tiene hambre o hay una sopa caliente para ese vecino que tiene una gripe fuerte. No cabe duda, el mismo Jesús fue descubriendo que Dios es un Padre bueno al ver cómo era José. Por eso, es importante preguntarnos: ¿Estoy dando yo como padre, madre, hermano o hijo, testimonio de los valores que deseo que mi familia tenga?


Pidamos por todas las familias, para que este año que inicia sea de abundantes bendiciones y oportunidades de encuentro amoroso, de fiesta, de perdón y de testimonio de acogida. Que Dios nos conceda la gracia de luchar por una vida familiar al estilo de la familia de Nazaret. ¡Feliz Año 2018!


(Recomendación para la familia: vean juntos la película de Disney/Pixar "Coco" una hermosa historia de cómo el relato, la acogida a la novedad y el testimonio pueden marcar la diferencia en la historia de un niño, una buena oportunidad para el diálogo de la historia familiar).




 
 
 

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