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Bautizado: Siervo de Dios al modo de Jesús.

  • Cristian Peralta, SJ
  • 7 ene 2018
  • 3 Min. de lectura

Homilía Bautismo del Señor – Ciclo B – 07 de enero de 2018

Lecturas: Is 42, 1-4.6-7; Sal 28; Hch 10, 34-38; Mc 1, 7-11

Se abre el cielo, baja el Espíritu Santo en forma de paloma y una voz se escucha desde las alturas: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”. Esta es una escena majestuosa que nos inspira y nos causa ilusión. Lo que dice el Dios Padre a Jesús es realmente hermoso. Pero hay que hacer una advertencia: esta afirmación llena de ternura, que nos conmueve y que anhelamos algún día Dios Padre la pronuncie refiriéndose a nosotros mismos, no puede comprenderse sin el texto del profeta Isaías que escuchamos en la primera lectura. Las palabras del Padre no son intimistas o meramente afectivas, son propuesta de misión y estilo de vida. Con estas palabras Dios Padre comunica a Jesús el modo en que desea que lleve a cabo la misión encomendada: como siervo. Dios Padre quiere que su Hijo, por la fuerza del Espíritu, se haga siervo de su mensaje, en medio del mundo, para toda la humanidad.


Isaías nos presenta una descripción de la manera en que Jesús debe asumir la misión que le encomienda el Padre como siervo suyo: ha de abogar por el derecho y la justicia, no se impondrá con gritos ni clamores, protegerá al que ha sido maltratado y al frágil, sabrá dar luz a los que andan sumidos en las tinieblas y dará la libertad a aquellos que viven bajo cualquier esclavitud. Un siervo de Dios es eso, el que se desgasta por un mundo donde reine la justicia, el que convence a fuerza de testimonio, quien protege al débil, anima al vacilante y comprende al pecador; aquel que enseña la libertad verdadera que viene de Dios Padre, esa libertad que sólo nos conduce al bien. Siervo es quien, animado por la fuerza del Espíritu, ama a Dios a través del fiel testimonio de servicio a sus hermanos.


De hecho, la segunda lectura tomada de los Hechos de los Apóstoles, nos narra, en la voz de Pedro, lo que comprendieron los apóstoles sobre Dios a través del trato con Jesús: lo primero, descubrieron que Dios no hace distinción de personas, que ama profundamente a todo aquel que busca la justicia, no importa de donde venga; aprendieron que el Dios del que les dio testimonio Jesús es el Señor de todos. Lo segundo, descubrieron que quien vive como Jesús, dejándose llenar del Espíritu de Dios, puede pasar por la vida haciendo el bien y liberando a todo el que sufre la opresión. Pedro da testimonio de que Jesús había cumplido su misión como bautizado: fue siervo, maestro, hermano… pero, sobre todo, nos dio testimonio de lo que, en manos de Dios, es capaz de vivir y hacer toda la humanidad.


A nosotros, los bautizados, se nos dirigen hoy esas palabras de Dios Padre: “Tu eres mi hijo/a amado/a, mi predilecto/a”, es decir, deseo de ti que seas siervo de tus hermanos más frágiles, que no hagas distinción de ningún tipo, que acojas al forastero y al excluido, que luches por la justicia, que nunca oprimas sino que liberes, que no intentes imponerte sino convencer con la fuerza del testimonio de una vida coherente con el evangelio, que no ensombrezcas la vida de los demás con juicios condenatorios sino que invites con paciencia y alegría a la conversión a través de los gestos de misericordia. Si nuestra fe es verdaderamente cristiana, nunca será intimista ni dulzona, tampoco será individual ni desencarnada de la realidad. Ser hijos predilectos de Dios a través del bautismo es tarea y misión, es entrega y estilo de vida, es compromiso con la realidad y misericordia sin límites, es comunidad y acogida. Ser bautizados es ser siervos de Dios al modo de Jesús.



 
 
 

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