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Vocación: Relación y Rebeldía.

  • Cristian Peralta, SJ
  • 12 ene 2018
  • 3 Min. de lectura

Homilía 2do Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B – 14 de enero de 2018

Lecturas: 1 Sam 3, 3b-10.19; Sal 39; 1 Cor 6, 13c-15ª.17-20; Juan 1, 35-42

Hace poco más de un año, en Santo Domingo, la Pastoral Juvenil Ignaciana propuso unos encuentros para jóvenes que buscaban ser un espacio de oración y profundización de la fe en torno al estudio de los evangelios. Esto no suena demasiado especial o diferente a lo que hacen muchas pastorales juveniles. Sin embargo, nosotros tuvimos un rotundo fracaso. Es que cometimos un grave error publicitario, llamamos a la propuesta “Jesús, mi vocación”. Los jóvenes, al escuchar este nombre, pensaron que la propuesta estaba dirigida sólo a aquellos que sentían vocación a la vida religiosa. Cuando invitaba a algunos me decían con cara de espanto: “yo no quiero ser cura”, y las chicas “¿pero tú me ves cara de monja?” No hubo manera de explicar, pensaban que era un truco para hacerlos curas y monjas. Era sorprendente el miedo que suscitaba la palabra vocación.

Sin embargo, hoy en nuestra cultura resuenan con fuerza palabras y frases como: “proyecto personal”, “autodeterminación”, “forjar la propia vida”, “independencia” o “vida con propósito”. Muchas de estas frases hacen referencia a tomar las riendas de la vida, a enfrentar los miedos y lanzarse en búsqueda del éxito personal. Son muchas las conferencias y programas que se realizan en torno a estas palabras, pero ninguna agota el significado cristiano de la palabra vocación. Mientras los anuncios publicitarios nos invitan a la autodeterminación, en el cristianismo nos sentimos invitados al seguimiento de Jesús. Resulta que lo nuestro no es conquistar la independencia personal, sino alcanzar una mayor dependencia de Dios en nuestro actuar. Que aquello que nos mueve no es el éxito individual, sino la vida compartida. El punto de nuestra fe no es cuánto acumulo, sino cuánto entrego. La vocación no es mera profesión o tarea, es misión y modo de proceder. No es tanto si estoy en un lugar alto en la escala de poder, sino cuán dispuesto estoy a servir a los más pequeños y olvidados de este mundo. Nosotros no hablamos de estrategias ni de herramientas, pero sí de estilo de vida y dones recibidos. Nada tiene que ver con aplausos y luces, pero si con convicciones e interioridad. La vocación no es carrera o competencia, sino proceso y acompañamiento. Tampoco se habla de superhéroes solitarios que vencen el mal, sino de comunidad creyente que lucha por la justicia. Lo nuestro no es simplemente liderar, sino que nuestra vida convoque a fuerza de testimonio. En definitiva, la vocación es relación, es apertura, es conectar con la humanidad nuestra y la que compartimos con los demás, es descubrirse amado por aquel cuya propuesta es plenitud para mi vida.


Hoy, de hecho, conectar con lo más íntimamente nuestro y descubrir ahí lo que Dios nos propone como modo de vida plena, es un acto de rebeldía. Rebeldía contra aquellos que pretenden decirnos que el éxito y la comodidad son el único camino de vida plena. Rebeldía contra una cultura que promueve la indiferencia y el descarte; contra aquellos que no les importa la desigualdad imperante y no se comprometen con un mundo más justo y humano. Rebeldía contra la superficialidad que intenta impedir que busque esa inclinación profunda que me lleva a optar por un estilo de vida diferente a lo pautado. Descubrir la propia vocación es abrirse a que el sentido de mi vida esté apoyado en el modo de proceder de Jesús. Y esto, claro está, no es exclusivo de curas y monjas, es lo más propiamente cristiano porque, en definitiva, nuestra vocación es discernir cada día cuáles opciones, actitudes, relaciones y acciones nos hacen más semejantes a Jesús.


¿Cómo descubrir cuál es mi vocación? Pues hay que hacer como Samuel, ir al templo, es decir, abrir nuestro interior a Dios a través de la oración. Luego, cuando tus deseos más hondos te estén conduciendo hacia el modo de proceder de Jesús, compartirlo con alguien que tenga más experiencia, es decir, ser acompañado espiritualmente. También sabiéndote alimentar con la Palabra de Dios y la Eucaristía. No cerrándote cuando falles o cuando no logres soltar las redes que te envuelven y te distraen de lo esencial. En caso de necesidad, recurriendo al sacramento de la reconciliación. Formando comunidad con otros que anden en búsqueda igual que tú y sirviendo a aquellos que más lo necesitan. Así, poco a poco, irás descubriendo el sentido de tu vida, el modo de proceder que te hace más humano, más consciente de tu condición de hijo de Dios, es decir, de tu vocación, que es Jesús.

 
 
 

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