¿Qué tan libre es Dios?
- Cristian Peralta, SJ
- 21 ene 2018
- 3 Min. de lectura
Homilía 3er. Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B – 21 de enero de 2018
Lecturas: Jonás 3, 1-5.10; Salmo 24; 1 Cor 7, 29-31; Mc 1, 14-20
Esta era la escena: teníamos una actividad con adolescentes. Nos encontrábamos bajando los materiales y acomodando sillas. Se acerca un chico y pregunta: “Padre, ¿Dios nos quiere libres?” Que miedo. Es una pregunta cuya respuesta supone matices. Pero entre el poco tiempo y que este, como buen adolescente, quería una respuesta inmediata y breve, yo le pasé dos sillas, le miré a los ojos y le di una respuesta prefabricada: “tan libres como Él”. Le di una palmada en el hombro y le dije: “pero deja la teología y comienza a cargar sillas”. El chico se fue de lo más tranquilo, pero yo quedé inquieto. ¿Será cierto que Dios es tan libre? La lectura de Jonás nos puede iluminar. Dios dice a Jonás, levántate, vete y pregona. Lo pone en camino para anunciar una noticia terrible: le quedan 40 días a la ciudad, Dios la arrasará. Ya sabemos la historia de Jonás, no quería ir, se lo tragó un pez, pero al final fue y dio la noticia. Pero los temores de Jonás se confirmaron: Dios vio el arrepentimiento de los ninivitas, se compadeció y no destruyó la ciudad. Jonás más adelante le reclamará a Dios diciendo: “Ves, por eso no quería anunciar lo que me dijiste porque siempre te compadeces”. Pareciera que Dios no es tan libre como para cumplir su palabra y destruir el pueblo. Siempre se compadece, siempre perdona. ¿Es que acaso Dios está tan condicionado que no tiene otra opción más que perdonar? ¿O es que acaso Dios no puede evitar compadecerse de quien se arrepiente?

Muchas veces se piensa que la libertad consiste en tener la mayor cantidad de opciones y elegir aquella que más me guste. Otra idea es que la libertad está en elegir sin dar explicaciones, es decir, elegir desde las ganas. A veces entendemos la libertad como independencia de los demás o como capacidad para satisfacer apetitos. Otras tantas consideramos que Dios es libre porque es todopoderoso y puede escoger arbitrariamente sin tener que rendir cuentas. Si esa es nuestra idea de libertad, ciertamente Dios no es libre. Dios es libre porque ama, tanto así que su naturaleza divina solo puede ser descrita en el lenguaje del amor. Y quien ama, confía en el arrepentimiento del otro, apuesta a esa bondad que muchas veces queda oculta debajo de un montón de errores y pecados. Quien ama puede liberarse de los supuestos y renunciar a lo dicho con tal de que la otra persona encuentre el camino que le conduce a la vida verdadera. Nosotros somos más como Jonás, que no comprendemos la misericordia y que preferimos la destrucción antes de decir que nos equivocamos en el juicio. Muchas veces preferimos elegir por miedo que por amor. Le tememos tanto miedo al rechazo, al qué dirán, que terminamos siendo esclavos de una caricatura de nosotros mismo. Es el amor que hace que nuestras relaciones se transformen en espacios de misericordia y ternura, de autenticidad y libertad. Quien es libre porque ama busca que quien le rodea crezca como ser humano y le anima a fines más altos, le ayuda a brindar lo mejor de sí y le muestra un camino de fraternidad. Una libertad que no nace del amor es simplemente una esclavitud bien disimulada. O lo que es lo mismo, un amor sin libertad es como una prisión que aunque esté decorada siempre da la sensación de asfixia.
Por eso san Pablo nos invita en la segunda lectura a vivir “como si no”, porque la representación de este mundo se termina. No es que todo nos ha de dar lo mismo. La invitación que nos hace es a ser libres para amar lo esencial, lo que da sentido, lo que orienta a una vida plena porque se sostiene en el amor. Es decir, a no confundir los medios con el fin. Fijémonos en Jesús. Aun sabiendo que Juan había acabado mal, impulsado por la libertad que viene de saberse profundamente amado por el Padre, sale a decirle a la gente que el mensaje no ha muerto, que la vida verdadera es aquella que provoca un nuevo modo de relacionarse con todo lo creado (conversión) y de anunciar la Buena Noticia. Por eso puede atraer a Simón y Andrés, diciéndoles que no se den por satisfechos por estar saciando el hambre, por estar satisfaciendo apetitos, que esa vida no vale la pena. Por eso les libera de esas pescas insignificantes y les invita a la fraternidad, esa que redimensiona nuestras relaciones y nos conduce a ampliar la mirada, a contemplar la realidad desde el proyecto de Dios, a amar. Que Dios nos conceda la gracia de ser libres como Él, de ser libres porque hemos experimentado su amor.
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