Autoridad: decir haciendo
- Cristian Peralta, SJ
- 27 ene 2018
- 3 Min. de lectura
Homilía 4to Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B – 28 de enero de 2017
Lecturas: Dt 18, 15-20; Sal 94; 1 Cor 7, 32-35; Mc 1, 21-28
Cuentan que, hace ya mucho tiempo, la palabra dada valía tanto como el contrato escrito. Sin embargo, siempre han existido los sinvergüenzas, los que intentan engañar con sus palabras y juegan con ellas para sacar beneficio. Hoy tenemos un tsunami de palabras y de discursos. Dependiendo quien las pronuncie pueden tener un enorme impacto en la vida de muchas personas, sólo hay que fijarse en lo que significan para el mundo económico los tweets mañaneros de Trump o el impacto político y personal de tantas Fake News de la era de la posverdad. Tristemente, la palabra se ha ido devaluando poco a poco. Por ello no es extraño que hoy, como en la sinagoga de Cafarnaún, nos sorprenda encontrar a alguien cuyas palabras revelen una autoridad poco común, palabras que conecten con nuestro interior, con lo más profundamente humano, y transformen nuestra vida para bien.

Dos veces se menciona en el evangelio de hoy que Jesús habla con autoridad. Es de lo que se admira la gente, de que no habla como los letrados, los que se suponía manejaban la ley al dedillo. La autoridad de Jesús no tiene nada que ver con poder político (es de Nazaret, de donde se dice que no puede salir algo bueno), ni con el dinero (era hijo de un simple carpintero) o con relaciones estratégicas (se juntaba con pobres y pecadores), la autoridad de Jesús le viene por transparentar una vida que está en total coherencia con su discurso, una vida que realiza lo que dice. En ese sentido, la autoridad de Jesús se podría definir como un “decir haciendo”. Esta es la autoridad a la que debemos aspirar los cristianos, a la autoridad que nace del testimonio fiel de que lo que nos mueve por dentro es el profundo amor por Jesús, y es ese amor lo que nos impulsa a actuar en consecuencia. La autoridad cristiana surge de unir fe y vida, discurso y acción, evangelio y opciones personales. Sólo así hoy el discurso cristiano será creíble en medio de un mundo cansado de discursos vacíos y desconectados de la vida.
En el rito de la ordenación diaconal hay una expresión que es reflejo de la autoridad a la que aspira la vida cristiana, al entregar el evangelio al nuevo diácono el obispo le dice: Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; cree lo que lees, enseña lo que crees y practica lo que enseñas. Es decir, que tu intelecto, tu corazón y tus actos, toda tu existencia, reflejen el modo de proceder de Jesús. Por eso es tan duro cuando un cristiano comete una incoherencia grave, en especial sobre el más débil. Pero no solo hablo de los abusos del clero, sino también cuando un político de misa dominical se descubre corrupto haciendo así más pobres a los pobres, cuando un estudiante que se dice creyente solo mira su carrera como puente a la comodidad personal, cuando alguien que cree en Jesús teniendo talentos los usa para el mal y no para ayudar a quien más lo necesita. Hoy como Iglesia necesitamos más testimonios coherentes de personas que por su fe se comprometen por un mundo más justo y humano. Personas que opten por la solidaridad, por la entrega, por la verdad y por la justicia. Sólo así el mensaje será coherente con el modo de ser y actuar de Jesús. Solo así el mensaje de Jesús será creíble hoy.
Asumir coherentemente la vida supondrá tensiones y rechazos, igual que le pasó a Jesús y a los discípulos, pero también supone una vida llena de sentido y profundamente auténtica. Una vida con esa autoridad que da el decir haciendo. Pidamos la gracia, porque este modo de vida solo puede ser fruto del amor misericordioso de Dios sobre nosotros, de ir creciendo en coherencia y en autenticidad para dar testimonio creíble, en medio de este mundo, de que una vida guiada por el modo de proceder de Jesús es una vida llena de sentido.
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