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Entre luces y sombras

  • Cristian Peralta, SJ
  • 10 mar 2018
  • 3 Min. de lectura

Homilía 4to. Domingo de Cuaresma – Ciclo B

Lecturas: 2 Cr 36, 14-16.19-23; Sal 136; Ef. 2, 4-10; Jn 3, 14-21

El otro día llamó mi atención uno de los comerciales del último Iphone. Este se centraba en la capacidad de su nueva cámara frontal para tomar selfies con gran nitidez, permitiendo incluso escoger la iluminación deseada. Además, el programa de su cámara podía difuminar o hasta oscurecer por completo todo lo que estaba alrededor del rostro, decía, “dando la impresión de mayor profundidad”, y seguía, “una foto profesional tomada por ti mismo y sin necesidad de estudio”. En definitiva, ni se necesita nadie más para que nos tome la foto y nosotros escogemos la luz que oculte o destaque lo que deseemos del rostro y nuestro alrededor. Es una exaltación de la autodeterminación y la autorreferencialidad en 45 segundos de atractivo comercial. ¡Dan ganas de comprar el aparato para tener tanto dominio sobre las luces y sombras de la propia vida! Pero todos sabemos que la vida no es así, que no podemos solos, que necesitamos de los demás para poder destacar aquello que es luz en nuestra vida y dejarnos iluminar por los que nos aman en aquellos aspectos que son más bien sombra en nuestra existencia.


Los jesuitas, hace unos 10 años atrás, en un documento decíamos algo así: “nosotros sabemos quienes somos mirando a Jesús”. Y creo que es la frase que sintetiza el evangelio de hoy. Jesús hablando con Nicodemo se identifica como la luz, aquel que ha sido enviado para iluminar nuestras vidas, para que estas muestren toda su autenticidad, y así descubrir nuestra más profunda identidad: la de ser imagen y semejanza de Dios. Pero este amor hasta el extremo, hasta la entrega total, no es imposición ni obligación, ha de ser acogido libremente. Esto porque el encuentro con la luz que es Jesús nos hace destacar nuestra bondad más honda pero también nos hace descubrir esas sombras que todos llevamos dentro. El amor, si es auténtico, nos hace reconocernos en nuestra más auténtica verdad. El punto está en si nosotros optamos por dejar que la luz de Jesús ilumine nuestras vidas o simplemente nos alejamos, renunciando así a nuestra verdad, a nuestra autenticidad. En eso consiste el juicio sobre nuestras vidas, no que Jesús nos condene sino que nosotros no respondamos a su invitación. El juicio es cerrarnos en nosotros mismos, en nuestra autodeterminación, en nuestra autorreferencialidad, cerrándonos a aquel que nos ofrece amarnos con nuestras bondades e iluminar lo que es sombra en nosotros. Fíjense, nadie puede amar hasta el extremo lo que no conoce. Solo se puede amar auténticamente lo que se conoce en toda su verdad. Por eso Jesús puede amarnos hasta la entrega total, porque conoce nuestras luces y sombras, por eso también podemos recurrir a él siempre, porque sabemos que nos ama tal cual somos. ¿Cómo corresponder a un amor así? Pues dejando que él ilumine esas dimensiones de nuestra existencia que hoy están sumidas en la sombra. Cada uno sabe cuales son. No hay que tener miedo, al contrario, hay que dejar que Jesús ilumine ese rincón de nuestras vidas porque sabemos que solo él puede sacar bondad de lo que pensábamos que era perdición y pecado.


No intentemos emular el comercial del Iphone en nuestro interior. Nosotros sabemos quienes somos cuando nos encontramos con Jesús a través de la oración y la fraternidad con los demás, a través de los sacramentos y la vida compartida. Si vivimos del selfie interior, de la autoevaluación cerrada al encuentro con Jesús, terminamos condenándonos a los juicios duros y autorreferentes, desenfocándonos de nuestras metas e incluso oscureciendo todo lo que nos rodea. En la segunda lectura san Pablo nos dice que hemos sido "creados en Cristo Jesús para que nos dediquemos a las buenas obras". Eso no es mera “apariencia de profundidad” sino que es nuestra autenticidad más profunda: que nuestro molde, con el que hemos sido creados, es Jesús. Por eso, nuestra más profunda identidad, que es la bondad, la descubrimos en el encuentro con Él. Pidamos la gracia en este día de dejarnos mirar por la ternura y el amor de aquel que hace de nuestras vidas una más fraterna, más solidaria, en definitiva, más auténticamente humana.

 
 
 

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