Entre la aclamación y la condena.
- Cristian Peralta, SJ
- 24 mar 2018
- 3 Min. de lectura
Homilía Domingo de Ramos – Ciclo B
Lecturas: Is 50,4-7; Sal 21; Fil 2, 6-11; Mc 14, 1–15, 47
Hoy, con la procesión de los ramos, iniciamos la Semana Santa, ese intenso camino hacia la Pascua de Resurrección, centro de nuestra vida cristiana. La liturgia nos propone una serie de contrastes que nos provocan un profundo silencio contemplativo en el que vamos descubriendo los rasgos más hondos e interpelantes de Jesús y su peculiar modo de salvarnos. Hemos iniciado escuchando el evangelio de la entrada de Jesús a Jerusalén, entrada con tono triunfal, de aclamación victoriosa de aquel que ha hecho prodigios frente al pueblo, aquel que habla con autoridad y que ha desafiado a las autoridades religiosas que han oprimido al pueblo con sus exigencias desmedidas. Pero Jesús entra montado en un burrito prestado, despojado de toda pomposidad y sin dejarse embriagar por los halagos y aclamaciones del pueblo. La autoridad que tiene Jesús es de otro estilo, la del testimonio, la de la cercanía, la del descentramiento y la entrega. Ya lo ha experimentado antes, el pueblo que lo aclama aún no entiende su modo de proceder, por eso es que ese mismo pueblo que, al ver la tensión creciente y el repudio de las autoridades religiosas, cambiará su grito de ¡hosanna! por el de ¡crucifíquenlo!

Jesús, que en otros momentos fue muy elocuente en la defensa de sus posturas, en los relatos de hoy aparece callado, sumido en un silencio inquietante, como despojado de todas sus fuerzas. Pero no como quien se rinde sino como quien se dona por completo. Sabe que su muerte es camino de salvación para todos los demás, es donación de sí mismo, renuncia de su condición divina con tal de alcanzarnos a todos la salvación. Es un contraste que nos desborda. Jesús se une al silencio de tantas víctimas que no pueden defenderse ante sus opresores, se une a tantos que han sido silenciados por la incomodidad de sus denuncias de injusticia. Jesús, que es la Palabra encarnada, hace silencio como lo hacen los indefensos, los sin voz, porque sólo desde los círculos más lejanos del poder puede abarcar a la humanidad completa con su donación amorosa. No hay realidad de exclusión ni tan herida que quede fuera del acompañamiento y la salvación ofrecida por Dios a través de su Hijo. Contrario a los poderosos de este mundo, va desde lo considerado más bajo, llevando consigo a los pobres, enfermos, heridos, pecadores, mujeres, niños y extranjeros como testigos, anunciando con su vida que no hay realidad humana que no haya sido asumida por Él con tal de alcanzarnos la salvación. Ante esta realidad tan honda sólo podemos agradecer, solo podemos ofrecernos a colaborar con Él.
Son muchos los contrastes que nos interpelan en el relato de la Pasión que acabamos de escuchar. La fidelidad de Jesús y la negación de Pedro; la huída de los discípulos y la permanencia de las mujeres; el afán de poder y la mentira de los maestros de la ley y la lealtad de Jesús a la Voluntad de su Padre; la donación de Jesús de su Cuerpo y de su Sangre mientras que Pilato se lava las manos; el peso de la cruz y el peso del perdón desde ella; la certeza del centurión al afirmar que Jesús es el hijo de Dios mientras los estudiosos de los profetas veían amenazada su autoridad; la cerrazón de los corazones de los que se mofaban de Jesús y la rasgadura del velo del templo como signo de que ya no hay distancia entre Dios y los hombres. En fin, la Pasión es una invitación a examinar cuál es nuestro rol en este momento que vivimos en la Pasión de Jesús. La Semana Santa no es mero recuerdo de algo que pasó, es tiempo de reconocer a ese Jesús que hoy va con la cruz a cuestas en medio de nuestra realidad y que necesita de la disponibilidad de los Cirineos que hagan más llevadera su carga. Es tiempo de reconocer nuestra capacidad de ser fieles en medio de las tensiones y persecuciones que sufren aquellos que desean construir un mundo más justo y humano. Es tiempo de reconocer cuál es el alimento que sostiene nuestras vidas y cuán dispuestos estamos a lavar los piés de los excluidos y abandonados de este mundo. Es tiempo de examinar nuestra fe a la luz de la entrega de un Dios que no se guarda nada para sí con tal de construirnos un puente hacia Él.
Pidamos la gracia de que esta Semana Santa sea tiempo de reconocimiento de tanto bien recibido de Dios y de ofrecimiento generoso para colaborar con el proyecto de Dios para toda la humanidad.
Comments